domingo, 24 de junio de 2007

2. El CDM y la Catacumba Perdida

EL CDM Y LA CATACUMBA PERDIDA.


1. Una evaluación que empieza.

La tercera evaluación comenzó ese año 2002 tranquilamente, sin sobresaltos de ningún tipo. Maristas era normalmente un colegio tranquilo, en el que el orden y la disciplina con los alumnos era unos de los elementos principales de los profesores para que los alumnos no se pasaran nunca de la raya.

Maristas era un colegio grande. Al entrar, en la puerta principal, a mano izquierda había un pasillo que daba a los despachos de los altos directivos del centro. Nada más cruzar la puerta de salida al patio, a mano izquierda había unas escaleras que subían hacia la capilla del centro. Nada más salir al recreo había un pequeño jardín vallado con la estatua de la Sagrada Familia. A ambos lados, al fondo, las pistas de deportes, y al lado derecho, al fondo, el pabellón del colegio, donde jugaba el equipo de balonmano del colegio.

Comenzaba la evaluación con una clase de Lengua, con don Constancio Crespo. Pero todo empezó de verdad después del recreo, en la clase de Historia, cinco minutos después de que el hermano marista Carlos de la Vega, un hombre más bien alto y corpulento, con poco pelo, sin llegar a estar calvo, entró aquel primer día de febrero en clase. El hermano Carlos pasó lista. Al cuarto nombre de la lista, Alejandro del Palacio, no contestó nadie.

—¿No ha venido hoy Alejandro?— se extrañó el hermano Carlos.

—Sí, sí que ha venido— respondió Juan Salas, sentado al fondo de la clase, bien centrado, a la derecha de Alejandro—. Pero no sé por qué no ha subido.

En ese momento hizo su aparición por la puerta Alejandro.

—¿Dónde estaba el señor Del Palacio?— preguntó el hermano.

—Me ha llamado el director— dijo Alejandro—. Quería saber todos los detalles sobre lo que le ocurrió a Constancio con aquel tema del Ahorcado.

—El Ahorcado era un loco, aunque fuera director de este centro hace unos años. Siéntese— le dijo el hermano Carlos.

El Ahorcado había llevado de cabeza al CDM, el Club de Detectives de Maristas, durante los meses anteriores. Había matado a cinco personas estrangulándolas con una soga.

—Lo que sigo sin saber— dijo el hermano— es por dónde se escapó Constancio cuando estabais todos vosotros a punto de ser borrados del mapa.

—Díganoslo a nosotros— le respondió Juan Salas—. Algún paso de esos raros.

—Bien, tomen el libro por la página 134. Vamos a seguir con la Primera Guerra Mundial.

Mientras el hermano Carlos explicaba el tema, unas figuras se deslizaban por la puerta de entrada al colegio. Entraron y fueron hacia las escaleras de subida a las clases de tercero y cuarto de Secundaria. Al terminar de subir las escaleras, al torcer a la derecha había una puerta en la pared. Un despacho. Las figuras aquellas entraron al despacho y empezaron a revolver cosas. Parecieron no encontrar lo que buscaban porque uno de los hombres agarró un archivador y lo tiró violentamente contra el suelo, produciendo tal escándalo que don José Pedro, profesor de Física y de Matemáticas, salió de la clase que estaba justo al lado, 3º C. Los alumnos de tercero se asomaron y no vieron a nadie. Tampoco estaba el profesor. En la pared, un garabato ininteligible.

Todas las clases salieron a ver qué ocurría. No vieron nada. Pedro Prefasi, de 4º D, se acercó al garabato escrito en la pared.

—Es un número— dijo—. Un 6. Me pregunto qué querrá decir.

—Prefasi, te estás preguntando algo que no sabes por qué te lo estás preguntando si no tienes la más mínima idea de quién ha escrito eso— lanzó atropelladamente Lucas, de 4º D también.

—Palacios... ¿no has visto nada cuando has bajado?— preguntó Javier, el presidente del CDM.

—Qué va, no había nadie por ahí, excepto José Guillamón, el de tecnología, que se ha metido derecho en su clase.

—Vale— apuntó Daniel Robles inmediatamente—. Hay un tío asqueroso que ha entrado al colegio y que no lo ha visto nadie. ¿Estás diciendo eso? Pues ese tío, aparte de ser un pestes, es un poseso.

—Poseído, Dani, poseído— le corrigió Jorge.

—¡Pos eso, hombre! ¿Qué he dicho?

—Mejor cállate, Dani...

—Veamos, pues, si en el despacho hay cosas de interés para el ladrón— empezó a decir Lucas Escudero, el que más payasadas hacía de toda la clase.

—Está visto que Lucas sólo hay uno en Maristas— decía Pablo Martínez, dándole un amistoso capón—. Que dejes de hablar en ese tono ridículo, hombre. Pareces tonto.

En ese momento apareció el jefe de estudios, que mandó a todos a sus clases dando gritos a diestro y siniestro.


2.

La voz que no venía de ninguna parte.

El lunes siguiente, don José Pedro seguía aún sin aparecer. La clase de 4º D tenía examen de matemática aquel día. Trigonometría, algo muy odiado por la mayor parte de los alumnos. “Si el seno del ángulo vale 0'26 calcular las demás razones del triángulo”. ¡Bah! Problemas. Doña Susana, la profesora de Matemáticas, repartió los exámenes y la clase, en el más completo silencio, se puso a hacerlos. Como de costumbre, Alejandro del Palacio comenzó a hacer su examen a toda velocidad y sin dudar ni un instante. Cuando todos entregaron sus exámenes y salieron al recreo, escucharon algo.

—Oh, Dios— exclamó Juan Salas—. Qué sonido tan psicodélico.

—Bonita música— dijo Carlos Gallego—. Qué mala es, ¿verdad, Palacios?

—Claro, Gallego, claro— dijo Palacios—. Qué sonido. Pone los pelos de punta.

En la cancha de baloncesto, Dani, Jorge, Raúl, Pedro Rubio y Javi tiraban unos tiros a canasta cuando oyeron también aquel horripilante sonido.

—Qué asco de música—dijo Dani.

—Es realmente patético— le respondió Raúl, colando su quinta canasta consecutiva desde la línea de tiros libres.

—Odio la música barata, y más este sonido que produce mala impresión— habló Jorge. La música se paró de repente. Y una voz tronó de la nada.

—¡TIEMBLE TODO EL MUNDO YA!

—Qué basto, por Dios— dijo Dani, como siempre.

—¡ANDAD CON CUIDADO PORQUE PUEDE CAER CUALQUIERA! ¡ANDAD CON CUIDADO PORQUE YA HA CAÍDO UN PROFESOR! ¡Y QUE NADIE SE ATREVA A METERSE CON NOSOTROS, PORQUE DE LO CONTRARIO LO PAGARÁ MUY CARO! ¡ESTÁIS TODOS AVISADOS!

Todo el colegio se había quedado totalmente paralizado. La voz aquella no provenía de ningún altavoz. ¿Entonces, de dónde venía aquel horrible sonido, esa voz que tronaba de aquella manera?

—Así que es él quien nos ha dejado sin clase de Física y Química— dijo Javi—. Menudo anormal de ciudad…

—Hay que encontrar al tipo ese—Palacios se acercaba en ese momento.

—¿Quieres que nos maten? No, gracias, ya casi nos matan una vez— le contestó Dani.

—Palacios, escucha— Javi se dirigió a él—. ¿Tienes idea de dónde puede salir esa patética voz?

—Hombre... ese pasadizo por donde salió el Sogas al Cuello puede ser una opción— contestó Palacios.

—¿Es que vamos a entrar ahí, Palacios?— preguntó Juan.

—Yo ahí no vuelvo a entrar ni loco— dijo Carlos Gallego

—Tú te vienes con nosotros, qué porras— le ordenó Palacios.

—¿Y si fuera una broma de toda la antigua tropa?— sugirió Gallego, pensando en el Pelopunk—. Ya no tendríamos que entrar.

—Pues no creo que lo sea—dijo Palacios—. No seas gallina.

—Ya sabes que aquí lo único que se parece a una gallina es El Pollo—le contestó Gallego.

—Yo voy a ir al despacho de Bartolo para pedirle permiso para entrar por el túnel—dijo Javi.

—Yo voy— Pedro Rubio le siguió.

Javi consiguió el permiso del director y fueron hacia el pabellón. Entraron por el pasadizo donde semanas atrás se había ocultado el Ahorcado y se adentraron en él. ¿Y después de eso, qué?


3.

Desapariciones y números.

Clase de Física, sin don José Pedro. Un nuevo profesor venía a sustituirlo. Era viernes y la clase de Física era después del recreo. El nuevo profesor subió a clase y empezó a pasar lista. Todos estaban presentes excepto David Fernández y Pedro García, y todo el grupo que había ido al pabellón al pasadizo aquel. Una clase medio vacía, vamos. David y Pedro estaban en el despacho del jefe de estudios debido a causas indecibles (¿una pelea, falta de respeto a un profesor, detalles sobre el pasadizo del vestuario?). El caso es que el jefe de estudios mandó a David Fernández a por un papel que tenía escrito no sé qué documento y David no volvió. Pedro salió a buscarlo, pero no vio a nadie. Mientras tanto, Palacios y los demás salían del pasadizo.

—¿Lo ves, Palacios, lo ves, como no había nada?— protestó Gallego.

—No seas quejica, hombre, yo no sabía que habían tapado el agujero— dijo Palacios, molesto.

—Como no nos vayamos a clase nos va a caer la bronca del año— exclamó Javi—. Nosotros aquí perdiendo el tiempo y no sabemos dónde está don José Pedro.

—Vamos a clase, entonces...

Todos subieron a la clase y ocuparon sus sitios. Fue entonces cuando Pedro García entró como una exhalación chillando como un loco.

—¡Otra desaparición! ¡Me alegro de ella, pero ha habido otra desaparición!

—El Pollo, ¿verdad?— preguntó Prefasi.

—En efecto, en efecto— dijo Palacios, como de costumbre.

—¡Por qué! ¿Por qué al pobre David?—exclamó Juan Salas con un tono irónico que ponía el grito en el cielo—. ¡Con lo bueno que era!

—Sí, para comérselo con patatas— contestó un alumno llamado Alejandro Abad, totalmente sin escrúpulos.

—¡Cállate! No sabes lo que duele que te rapten. ¡Constancio lo sabe!— dijo Juan, hablando ya con tono de voz normal, aunque rematando las tres últimas palabras con un acusado deje de ironía.

—Claro, Juan, claro— le contestó Palacios.

—¡Vale ya!— dijo Javi—. El pasadizo ese está más cerrado que un colegio en verano. ¿Por dónde se ha ido nuestro visitante?

—Yo sólo he visto un "5" en las escaleras de bajada— dijo Pedro García.

—Interesante— decía Lucas—. Un desgraciado que entra en el colegio y se lleva a dos tíos como quien compra un caramelo.

Los sustos no terminaron aquel día. Más tarde, en la clase de Diseño Gráfico por Ordenador, asignatura optativa que cursaba la mitad de la clase, se supo que había desaparecido don José Guillamón, profesor de Tecnología. Y apareció por ensalmo un "4" abajo, en la estatua de la Sagrada Familia del recreo. Dani, Jorge, Raúl y Pedro Rubio se acercaron.

—Esto quiere decir una cosa— dijo Jorge—. Habrá desapariciones hasta que aparezca un 0 en alguna parte. Los números van hacia abajo, ¿veis?

—¿Pero por qué escribir los números en distintos sitios?— preguntó Raúl.

—Nos está llevando a algún sitio— pensó Dani en voz alta—. Si seguimos los números le encontraremos, pero para ello tienen que desaparecer cuatro personas más.

—Qué bien— suspiró Javi—. ¿Y quién es el próximo?

Pronto lo supieron. Palacios desapareció el lunes siguiente. Cuando iban a subir del recreo Juan Salas fue a la papelera a tirar algo. Cuando volvió, Palacios ya no estaba en las escaleras, esperándole. Y en la fachada del colegio, saliendo por la puerta principal, un 3, y un mensaje: “El tiempo se está agotando. Ya os dije que fuerais con cuidado, porque nadie está a salvo, ni profesores ni alumnos. Y recuerdo que si el CDM vuelve a intentar descubrirme por pasadizos asquerosos llenos de ratas, lo pasará muy mal. Id rezando lo que sepáis, pero no os escondáis en cuevas subterráneas muertos de miedo”.

—Se cree que somos unos cobardes— dijo Javi—. Andas listo, seas quien seas. Te pillaremos, igual que pillamos al Sogas.

—Pues para haber cogido a Palacios ya tiene que haberse empleado a fondo el tipo— dijo Juan.

No hubo más desapariciones en Maristas. Sí que las hubo fuera del colegio. El siguiente en desaparecer misteriosamente fue otro alumno de 4º D, Diego, mientras iba a su casa con Dani y con Jorge. Salieron del colegio, llegaron a la esquina, siguieron juntos, Diego fue hacia su calle, Dani y Jorge oyeron que su amigo gritaba, rápidamente retrocedieron hasta la misma esquina pero no vieron nada ni encontraron a nadie. El informativo de aquel día habló de los misteriosos sucesos:

—Aparte de esta última desaparición repentina, se ha encontrado un número 2 escrito en las proximidades del puerto de Cartagena, lo que nos lleva a pensar que el autor ha sido el mismo...

El lunes hubo clase por la tarde. Javi llegó a la clase de 4º D, que estaba cerrada. Fuera estaban Jorge y Dani. Llegaron también Pedro García, Prefasi y Beatriz, que se habían enterado, cómo no, de lo de Diego.

—Se ve que hay que andar con pies de plomo— decía Javi—. Este tío está loco.

—¿No nos van a abrir o qué?— se impacientaba Prefasi, que parecía con prisas por dar clase.

—Cálmate, que ya abro, hombre, tranquilo— don Francisco, profesor de Lengua y Literatura del colegio, llegó y abrió la clase—. Lo que no sé es quién ha escrito esa mamarrachada en la pizarra.

—¿Qué mamarrachada?— Javi entró en la clase y pegó un alarido. Los demás entraron corriendo.

—¿Qué pasa?— preguntó Prefasi—. ¿Te ha sentado mal la comida?

—No, atontado, ¡mira la pizarra! ¿Sabes de quién es esa letra? ¿Ese mensaje siniestro? ¿Esa ortografía de ornitorrinco?

—Los ornitorrincos no saben escribir...

—¡No es un ornitorrinco, era un decir! ¡Lee, lee eso a ver si te aclaras!

"Hola a todos, soy yo otra vez. Sí, el que pone los números en distintos sitios. Tengo a José Pedro, a David, a José Guillamón, a Del Palacio y a Diego. Me hallo muy bien escondido. No podréis encontrarme nunca. Soy invencible. Soy el mejor. Aunque voy a ser bueno, os daré una pista. Esa pista está oculta por algún lugar del colegio. Encontradla pronto, ¡o morid todos!”

—Sabéis, creo que este imbécil me está cansando—dijo Javi—. Voy a dejar un mensaje notificando que el que se encuentre un papel sospechoso nos lo entregue inmediatamente. Hay que liberar a todos.


4.

El mensaje sin sentido.

El aviso se dio por el altavoz y tuvieron que pasar varios días en los que todos iban con pies de plomo para no ser capturados por aquel tipo loco. La tranquilidad ni se fue ni se acrecentó: esa misma tarde los antiguos miembros del club entraron al colegio a tortazo limpio.

—¡Buenas tardes, señores!— dijo uno.

—Hombre, el Pelopunk—saludó Javi—. ¿Aún seguís vivos?

—Hemos venido a ayudar.

—¿Sabes cómo puedes ayudar? ¡Largándote a tomar por saco de este colegio! ¿Quieres que te maten?

—No, quiero que te maten a ti. Por cierto, ¿qué es este papel tan raro?— Felipe sacó un mensaje de su bolsillo.

—¡Eh, has encontrado el papel!— exclamó Javi.

—Sí, señor. Te lo leo. O mejor cógelo tú...

—Mira, tío, no me provoques...

—Cógelo...

Juan Salas y Carlos Gallego aparecieron detrás de los antiguos compañeros de Javi.

—Buenaaaaas—saludó Juan.

—Oh, si es el Pelopunk, Felipe y su amigo el burro del Balanza. También está míster A.S, el de las iniciales cuyo nombre sigo sin saber ni me importan en absoluto—se enrolló Carlos—. ¿Y cómo os va?— mientras Carlos hablaba, Javi metía sigilosamente la mano en el bolsillo de Felipe para quitarle el papel, pero como era de esperar, se dio cuenta y mandó a Javi al suelo de un golpe. Javi se levantó, se lanzó hacia delante y Carlos le dio a Felipe una patada en el trasero. Felipe cayó de narices al suelo. Los otros dos les plantaron cara. Uno recibió un bofetón de Juan, y el otro, Antonio Sánchez, se fue corriendo. Javi le arrebató el papel a Felipe y leyó.

—¿Qué pone ahí,?— Carlos y Juan se agolparon.

—Léelo, Fran, deprisa— le apremió Juan.

—Tranquilos, antes hay que descifrarlo— contestó Javi—. Al menos, para mí esto no tiene sentido:

“Adid repabmúca tacalne on ámor ort a etleda crecsom atse.”

—¿Qué narices quiere decir esto?— preguntó Juan—. Qué asco, es patético, es extraño, psicodélico, horroroso, ¡no es más que un montón de mierda! No quiere decir nada.

—Hombre— dijo Javi poniendo una cara que era todo un poema—, algo querrá decir, ¿no?

—Qué asco de folio— dijo despectivamente Carlos—. ¿Tenemos cara de imbéciles?

—Seguro que “él” piensa que sí— Juan miró de nuevo el papel—. Y Palacios lo habría descifrado ya con esa mente prodigiosa que...

—¡Cállate, por Dios, que me das dolor de cabeza!— gritó Carlos.

En clase de Lengua Javi escribió aquello en la pizarra. Todos pusieron cara de circunstancias.

—¿Nadie sabe qué quiere decir esto?— preguntó don Constancio.

—Hombre, seguro que no quiere decir “te invito a un restaurante"— sugirió Pedreño—. Esto está escrito en antiguas lenguas hebreas. Seguro.

—No te enrolles, lo mejor es que lo veamos detenidamente. Ya sabéis que estas desapariciones están siendo repentinas, y esto, sin duda, es una pista para llegar a ellas. ¿Dónde estaba el último número?— preguntó don Constancio.

—Al lado del puerto, profesor— contestó Dani.

—Bueno, al lado del puerto hay muchas cosas por las que empezar las investigaciones pertinentes para este complicado caso. Si en mi libro de mitos hubiera escrito algo acerca de esto, ya sabría que otro copión impertinente se estaría copiando y tendríamos el lugar exacto. Otra cosa, ¿no os decían nada sus pintadas, esos estrambóticos mensajes que escribía el tipo ese con rotulador grueso, o gordo, en la pared?— se lanzó don Constancio.

—Bueno, lo único que saqué en claro es lo de “id rezando lo que sepáis"— dijo Javi, sarcásticamente—. Malo, ¿eh?

—Realmente patético. Pues yo no sé qué quiere decir este papel. Eso sí, el tío tiene una letra realmente espantosa— don Constancio volvió a mirar el papel—. Mirad a ver si poniendo la letra siguiente del abecedario sale algo, o separando sílabas y combinándolas... yo, de mensajes, ni idea.

—Guay— dijo Lucas.

—Cállate— le espetó Pally.

—Yo ya estoy harto— dijo Raúl—. Vamos a cogerle ya.

—Y a liberar al pollo— contestó Alejandro Abad.

—Le podríamos dejar allí— dijo Pedro Rubio—. Este recreo descifraremos ese patético mensaje como sea. Si hay que matar, se mata y punto.

—Qué tío tan exagerado, Dios— dijo don Constancio—. En fin, Gómez— se dirigió a Javi—, tenéis que encontrarle.

—¿Por qué me lo dice a mí, profesor?

—Pues no sé, porque eres el presidente del CDM, o porque estás en primera fila, supongo...


5.

Más mensajes sin sentido.

Llegó la hora del recreo. Todos salieron muy preocupados por todo lo que estaba pasando. Aquel día no había desaparecido nadie, al menos de momento. Javi se dirigió al baño. Cuando fue a salir, una sombra se colocó detrás de él, pero Javi no se dio cuenta. La sombra avanzó hacia él, pero cuando estaba a punto de cogerlo, dio media vuelta y se fue corriendo.

—Javi, vamos a tirar unos tiros a canasta— eran Raúl y Pedro Rubio—. ¿Te vienes?

—Claro, voy para allá enseguida. Antes tengo que intentar descifrar el maldito código, creo que ya lo tengo dominado.

—¿Ya sabes la clave?— preguntó Raúl.

—Aún no, pero en cuanto le pille el truco esto está chupado.

Pedro y Raúl se fueron. Javi caminó hacia un pequeño anfiteatro que había en el colegio. Si nos situamos en la entrada principal, cruzamos el hall, salimos al patio y vemos la estatua de la Sagrada Familia a mano izquierda, y caminamos hacia delante, vemos las escaleras que suben. Dejamos las escaleras a la izquierda y avanzamos unos metros. Justo ahí, a mano derecha, hay una especie de de anfiteatro, semicircular, por supuesto. Limitando al fondo con un enorme jardín. Javi se sentó en uno de sus escalones con el papel entre las manos. Y en menos que cantaba un gallo, alzó la vista y vio una figura delante de él.

—Buenos días, Gómez...— dijo la figura, amenazante. Javi lanzó un pie en sentido circular y derribó al tipo. Salió corriendo, con el papel en la mano. Gritos, furias, pataleos y tortazos, eso era lo que iba a haber allí, pensaba Javi. Sacó la pistola de dardos - somnífero (12 horas durmiendo garantizado) y disparó hacia donde estaba el tipo aquel. Pero no estaba. Y de pronto sintió que alguien le agarraba por detrás. Ahí está, pensó Javi. Dio un pisotón al tipo, luego un codazo a las costillas, se revolvió y le dio una patada, pero sólo consiguió soltarse. Disparó un dardo y el tipo cayó al suelo.

—Tenía que haber dado una de estas a cada uno— Javi miró la pistola. Algunos habían visto aquello y se acercaban corriendo. Lucas, Prefasi y Raúl fueron los primeros en llegar.

—¿Quién es ese?— preguntó Lucas.

—¿Ese julai? Un borracho que se ha equivocado de bar— dijo Javi, enfundando la pistola, enfadado.

—De borracho sí que tiene pinta— comentó Prefasi—. En cuanto se despierte se lo preguntamos.

—Que alguien llame al director. Rápido, Lucas, ve tú— dijo Prefasi.

—¿Por qué no vas tú, eh, tío listo?— protestó Lucas.

—Bueno, ¿dejamos de hacer el tonto o qué?— Raúl se enfadó—. Prefasi, eres un mandón.

—Eso, duro con él— le apoyó Lucas.

—Y tú, cállate, que tenías que haber ido— le cortó Raúl.

—¿Queréis callaros ya? ¡Vaya tres!— dijo Javi, largándose y moviendo la cabeza.

Cuando todos volvieron a clase, vieron otro mensaje escrito en la pizarra.

“Oitis núglarop ya heuq 1 lenoc sonrart noc nesiédo pátse on zemó Geuqa roha”.

En ese momento entró don Constancio.

—Hombre, otro mensaje del tipo. Qué barbaridad, es increíble, ¿quién ha sido la víctima?— preguntó.

—No es quién ha sido, sino quién ha estado a punto de ser— dijo Javi—. Y yo, sólo yo, que estaba en la lista, sigo aquí gracias a la pistolita de dardos.

—Gómez... ¡ya está! Ya tengo el código— exclamó don Constancio. Es un tío listo, muy listo, este.

—¿Qué código, a qué se refiere?— preguntó Pedreño.

—Leed lo de la pizarra desde el final hasta el principio. Está escrito del revés, con las palabras mezcladas. Me he dado cuenta porque he visto “Gómez” escrito al revés, y se ha corroborado mi intuición con que casi es él el secuestrado en esta ocasión— señaló a Javi—. ¿Qué pone, Pedreño?

Pedreño leyó hacia atrás con gran dificultad:

“Ahora que Gómez no está podéis encontrarnos con el 1 que hay por algún sitio”.

—¡Entonces ya está!— exclamó Pedreño—. Entonces donde esté el 1, ya está, ¡lo tenemos!

—Tengo el otro mensaje— Javi se levantó y lo escribió en la pizarra—. Será el mismo código, supongo.

“Adid repabmúca tacalne on ámor a etleda crecsom atse”

Y lo escribió al revés:

“Estamos cerca del teatro romano, en la Catacumba Perdida”.


6. En el teatro romano.

Un grupo del CDM se dirigió rápidamente al teatro romano de Cartagena. Cartagena, hace siglos, estuvo invadida por el Imperio Romano. En el Imperio, los cristianos se refugiaban en las catacumbas de la persecución que sufrían. Pero dejemos a los romanos para otra ocasión. Cuando llegaron al teatro romano, vieron un grabado en una roca. Parecían palabras.

—¿Y qué se supone que pone aquí? — preguntó Dani.

—Cópialo en el papel y ahora lo desciframos. Como sabemos la clave… —contestó Jorge. Dani copió las letras, sin sentido aparente:

LB CMAWE QASA FNDOÑTSAS MA FNURBDB ETTB EÑ EM RFCSEP. PFNTAE EÑ EM TFAURP RPMAÑO.

—Teniendo el código, aparentemente está chupado— dijo Dani, terminando de copiar y guardándose el papel en el bolsillo.

Volvieron al colegio y escribieron las letras en la pizarra. Las escribieron del revés pero no querían decir nada.

—Ha cambiado el código— dijo Dani—. Qué asqueroso…

A clase entró en ese momento don Antonio, profesor de inglés y tutor de 4º D. Cuando preguntó qué era aquello y Jorge se lo explicó desde el principio de la evaluación, don Antonio puso cara de haber comprendido toda la historia. Y entonces entraron Lucas y Prefasi como una exhalación a la clase.

—¡Javi no está!

—Le han raptado.

—¡Y ha aparecido otro 6 al lado del despacho de don Constancio!

—¿Pero estáis locos o qué? — preguntó don Antonio—. Ya sabía yo lo del otro seis, ¿pero uno más? ¿Para qué?

—Una secta diabólica— apuntó Lucas, de inmediato—. El 6 es el número del diablo.

—Cállate, anda— dijo Prefasi—. Lo que sé es que fui a devolverle a Javi una libreta. Se la di, la cogió, y entonces me volví a decirle algo, y ya no estaba, todo eso en menos de medio minuto, te estoy diciendo. Ya sé que pensáis que estoy completamente ido de la cabeza, loco, chalado, vamos, pero esto se está pasando de la raya y le voy soltar tal guantazo en toda la boca al tipo que está haciendo esto… (respira…), y lo que sí quiero decir es, Lucas, que esté donde esté Javi, siempre podemos llamarle al móvil, o llamarnos él a nosotros mejor.

—Esto es una asquerosidad. No vale. Ese tío juega con ventaja. Nos ataca a traición, cuando nadie le ve— se enfadó Jorge—. Y además parece que es importante que se le vea antes de que secuestre a alguien.

—Y parecía que Javi le había detenido el otro día. Pues no, alguien se lo llevó de allí. Descifremos, pues, el código— dijo Dani, borrando la pizarra—. Ya me estoy cansando del tonto este.

—Déjame que me lo copie— pidió Lucas—. Le daré una copia a cada uno de la clase, y otra a cada profesor, a ver si lo consiguen sacar.

—Recapitulemos un poco— dijo Jorge—. Primero don José Pedro. Después fue David; luego, don José Guillamón, luego Palacios, Diego y Javi ahora. En total son seis, y ha vuelto a aparecer el número. En ese despecho tiene que haber algo. Digo yo.

—Todas las desapariciones, excepto la de Diego, han sido aquí, cerca del despacho de marras, o en el recreo, cerca de la estatua de la Sagrada Familia— empezó Dani—. La Catacumba de la porra tiene que estar por aquí. ¿No invadieron los romanos Cartagena? Seguro que aquí hubo algo. No sé el qué, pero algo hubo.

—Pero de todas formas Javi fue atacado ya una vez antes, en el anfiteatro, cerca de los aseos— dijo Jorge.

—¿Qué has dicho? — preguntó suave y lentamente Dani.

—Que Javi fue atacado por ese tipo por primera vez al lado… ¡al lado del anfiteatro! — al decir esto cayó en la cuenta de lo que había dicho. El pequeño anfiteatro del colegio. Algo muy apropiado para el caso. Rápidamente bajaron las escaleras y se dirigieron al anfiteatro. Era semicircular, como todos, y abajo del todo, en el último escalón, una pintada horrorosa.

Muerte al CDM”.

—Hala— dijo Dani—. Qué cosa más tonta de hombre, Dios mío.

—Mira el código, a ver si sacamos la palabra teatro, o romano. Cualquiera de las dos vale— urgió Jorge.

Dani sacó el papel y miró aquella serie de letras las cuales no estaban formadas con el mismo código de antes:

LB CMAWE QASA FNDOÑTSAS MA FNURBDB ETTB EÑ EM RFCSEP. PFNTAE EÑ EM TFAURP RPMAÑO.

—Qué peste— dijo Dani, mirándolas—. Vamos a ver, la clave tiene que estar en algún sitio…

—Teatro romano, teatro romano…— jorge miraba en todo el mensaje. Al final concluyó: —Si ponemos la letra anterior o siguiente del abecedario puede que salga algo. Es lo que sugirió Constancio para el primer mensaje— cogió el papel, se apoyó en uno de los asientos semicirculares que iban a lo largo del pequeño anfiteatro del colegio y escribió la letra siguiente del abecedario. No salió nada, salió una serie de letras sin sentido. Y si queréis saberlas, ahí tenéis el mensaje, le ponéis la letra siguiente y veis lo que sale, porque aquí no vamos a poner más letras que no digan nada a nadie. Al ver que no salía nada, Jorge probó con la anterior. Tampoco salía nada. Era algo como KA CNZVD. Hasta aquí llegó, porque vio que esto no tenía sentido. ¿Cuál era entonces la clave del mensaje? En esto pensaban cuando Pedro Rubio y su compañero José Antonio Dolón llegaron.

—¿Qué pasa? — preguntaron. Sin respuesta, Jorge lo único que hizo fue tenderles el papel.

—Qué forma más rara de escribir— dijo Pedro—. Eso es un asco.

Dolón cogió el papel y se sentó. Les preguntó lo que habían intentado para resolver el dichoso mensaje y Jorge se lo explicó. Y Pedro cogió el papel y leyó las palabras.

—¿Y dándoles la vuelta no sale nada, dices? — preguntó Pedro.

—No, ese tío es una peste— dijo Dani—. Lo que quiere decir es que resolvamos el mensaje para encontrar que quiere decir “Hay otro mensaje con otro código distinto dentro de la sartén de la cocina del comedor del colegio”.

Allí mismo llegó don Antonio, que les pidió el papel. Lo leyó un par de veces e intentó algo. Las letras las cambió por la siguiente del abecedario y una vez así escribió la primera, después la última, luego la segunda, después la penúltima, la tercera y la antepenúltima, y así sucesivamente. Ni así salió nada. Entonces Jorge tuvo una idea.

—Ese tío quiere fastidiarnos el año. Yo tengo una idea para el código, a lo mejor ha cambiado una letra sí y una letra no.

—Qué complicado— dijo don Antonio.

—Por probar… es que he estado mirando a ver las palabras teatro o romano, para ver si sale algo, y en la palabra rpmaño coinciden varias letras. Déjame el lápiz, Dani. Gracias. A ver…— Jorge comenzó a escribir. Una vez terminado, el mensaje cobró sentido:

LA CLAVE PARA ENCONTRAR LA ENTRADA ESTÁ EN EL RECREO. PENSAD EN EL TEATRO ROMANO.

—¡Eureka! — exclamó Jorge.

—Vale, sólo falta encontrar esa catacumba— dijo Dani.

—Estamos sobre ella— dijo Jorge—. Está en el recreo. En el anfiteatro, ¿no crees? — empezó a buscar alguna trampilla o algún botón.

—Pues tienes razón— corroboró Dani—. Ahora, busca, Gúrgumel— Dani empezó a buscar, y Pedro y Dolón también.

—¿Cómo?

—Gúrgumel. Que busques, Gúrgumel…

—No me llames “Gúrgumel”, Dani…

—Vale, Gúrgumel…

—¡Calla y busca!

Justo en ese instante oyeron un ruido de pasos. Todos corrieron y se metieron al interior de los aseos. Desde allí oyeron algo que venía del anfiteatro.

7

La catacumba perdida.

Cuando el ruido cesó, todos salieron. Fueron hacia el anfiteatro, que estaba vacío. Y vieron el ya famoso seis dibujado en el asiento de abajo del todo. En ese mismo instante oyeron la voz de David García.

—¡Adrián! ¿Dónde se habrá metido? Seguro que le han secuestrado y me juego lo que sea. Ese secuestrador de la porra... ¡Ah, vosotros!— se dirigió a Dani—. ¿Habéis visto a Adrián?

—Sí, el tío se lo llevó por la catacumba perdida esa— le contestó Dani.

—La catacumba esa no existe, es un cuento de chinos para desviar nuestra atención a otras cosas— dijo David, mientras Jorge se dirigía al escalón de abajo del todo del pequeño anfiteatro—. Eso es una porquería de historia, lo sé...

Jorge vio un pequeño botón camuflado perfectamente en el suelo. Lo pisó y la pared donde terminaba el anfiteatro se abrió. No era una pared muy grande ni muy alta, era pequeña, ya que tras el anfiteatro había un jardín enorme. En el hueco que se abrió había varios peldaños que bajaban hacia alguna gruta. Jorge cerró el pasadizo y convocó una reunión general. Cuando todos estuvieron en la clase, Jorge habló hacia todos los que estaban allí.

—Hemos descubierto la entrada a la Catacumba Perdida— dijo. Todos se quedaron mudos de asombro—. Sí, ahí es donde está todo el mundo. Un lugar ideal para esconderlos.

—Así que — dijo Dani— inmediatamente vamos a ir allí. Y queremos voluntarios para entrar en esa cueva húmeda, fría, tétrica, lóbrega, horrible y muy...

—Robles, por Dios, que nos asustas a todo el personal— entró por la puerta don Felipe Faura, profesor de gimnasia—. Escuchadme un momento, guapas— casi siempre se dirigía a la clase por esta palabra—. Pero lo que es “escuchar"— recalcó—. Han secuestrado al señor Adrián Gracia. La última de las víctimas. La dirección del colegio ha dado ya parte a la policía porque piensan que el asunto es demasiado peliagudo para vosotros.

—Vamos al tunelillo entonces— dijo Juan Salas—. ¡Hay que encontrar a Palacios antes de que lo devoren los topos!

—Eso, ten cuidado no te vayan a comer a ti, aunque no creo, porque se envenenarían— dijo don Felipe, con sarcasmo—. Ah, para la próxima clase quiero que me entreguen todos los cuadernos. Bueno, todos menos los de los que no están...

Mientras tanto, en algún lugar de la ciudad de Cartagena, en alguna celda tétrica bajo tierra...

—¡Ya estoy harto de este agujero!— gritaba Palacios—. Vamos a tirar la puerta. Ejecutaremos el plan cuando venga la siguiente víctima.

—Vamos a ver, tiene que haber alguna forma de salir de aquí— don José Pedro se rompía la cabeza—. Tu plan es una burrada, Del Palacio...

En ese momento se abrió la puerta.

—Otra víctima. ¿Quién será esta vez?— se preguntó Javi. Un hombre entró por la puerta llevando a Adrián, inconsciente, con una escopeta en la mano. Fuera, tres hombres, pistola en mano.

—Menudo suplente de física nos han puesto— dijo Palacios dirigiéndose al hombre aquel—. Encima de que no sabes dar clase secuestras a todo el mundo.

—Tranquilos, hombre, tranquilos. No os sulfuréis. Aquí vais a estar a salvo del Gran BOUM.

—El Gran BOUM, el Gran BOUM, ¿es que no sabes decir otra cosa? De verdad, no le meto un tortazo porque lleva una escopeta de las gordas—se enfadó Palacios.

—Sí, y encima descargada— dijo Javi. Mientras tanto, David Fernández se había acercado a la puerta arrastrándose por la pared. Y de pronto la cerró de un golpe. Javi le dio al tipo una patada en el estómago y Palacios lanzó un puño hacia delante. Le quitaron la escopeta.

—Se me tenía que ocurrir a mí. Si es que soy superior, hombre— decía David Fernández.

—¿Superior? Y dicen que la igualdad es lo primero— suspiró Javi—. Ahora se supone que este tío tiene la llave. Qué bonito...

—No, no... la tengo... —dijo el hombre muerto de miedo.

Javi intentó quitársela. El hombre lanzó un puño pero Javi se apartó y el puño alcanzó a Palacios.

—Oh, acabas de firmar tu sentencia de muerte— dijo Palacios.

Javi sacó su pistola de dardos - somnífero y disparó al hombre.

—Hale, ahí queda eso— dijo, antes de que el tipo cayera redondo al suelo—. Cuando se despierte se va a encontrar más solo que un caracol en mitad del desierto— le quitó las llaves y abrió la puerta.

Allí estaban los hombres, todavía apuntándoles. Javi dio un portazo inmediatamente justo antes de que los hombres dispararan contra ellos.

—Creo que hemos tenido, simplemente, un pequeños error de cálculo... nada que no podamos solucionar...— balbuceó.

—Aquí nos quedaremos hasta que esos pequeños cerdos se vayan— dijo don José Pedro, lentamente y con voz profunda. Adrián se despertaba.

—¿Dónde estoy?— fue lo primero que preguntó, y después un grito de sorpresa—. ¡Aaah! ¡Palacios! ¡Don José Pedro! ¡Guillamón, Javi, Diego! ¡El pollo! ¡¡UNA SECTA!!— vociferó.

—Bueno, otro error de cálculo— dijo Palacios.

—¿Ah, sí?— preguntó Javi, escéptico.

—Si se supone que todos hemos llegado inconscientes...

—¿Sí?

—¿Por dónde cojones nos han traído hasta aquí?

La mirada de Javi se cruzó con la de Palacios. Ninguno tenía ni idea del camino por el que les habían llevado hasta la mazmorra aquella.


8.

El Gran Boum y la maldición de la catacumba.

Cartagena. Las seis y media de la tarde. Destacados miembros del CDM están presentes en la inauguración de la mayor urbanización residencial de Cartagena, en las afueras de la ciudad. Esos destacados miembros son Dani, Jorge, Pedro Rubio y Raúl Guzmán por un lado; de otro están Prefasi, Pedro, Lucas y Pally, y por otra parte Juan Salas, Carlos Gallego, Pedreño y David García. No había nadie más del CDM, los demás estaban bajo tierra en algún lugar de la ciudad. El nuevo inspector de policía, inglés recién llegado a Cartagena, Gregory McHanon (el anterior estaba en la cárcel por la causa del Ahorcado), también estaba allí. Máxima seguridad en la urbanización que iba a ser inaugurada. Apareció el alcalde de Cartagena para inaugurar aquello, cuando todos oyeron un ruido de avión. El avión dibujaba letras en el cielo. En clave, por supuesto:

"MOUBNARGLEARAPSODARAPERP”.

Inmediatamente Dani y Jorge interpretaron aquello. Los policías, claro, no sabían de qué se trataba. Jorge escribió las letras en un papel y les dio la vuelta. “Preparados para el Gran Boum”. ¿Y qué sería aquello? ¿Acaso pensaba el tipo loco volar la urbanización? Jorge y Dani, acompañados de Pedro y Raúl, fueron corriendo a avisar al inspector McHanon para hablar del tema y transmitirle el código. El inspector rápidamente desalojó la zona. Montones de gente corriendo, largándose de allí a toda prisa, prevenidos para el Gran Boum de marras. Nada. Ni un petardo. Una falsa alarma.

Y mientras tanto, en la catacumba perdida, un verdadero laberinto, todos los secuestrados intentaban buscar el camino de salida. El tipo que se hallaba durmiendo como un tronco en la celda a causa de los dardos les había hablado de un Gran Boum. ¿Y qué sería aquello, se preguntaban todos? Palacios alumbraba el camino. Javi cerraba el grupo.

Y en la urbanización, tras una falsa alarma, todo el mundo volvió a sus puestos, vigilantes, detectives, inspectores y residentes que habían comprado una de aquellas casas. El alcalde iba a proceder con su discurso cuando de nuevo el avión irrumpió en escena, esta vez volando más bajo. Escribió otro mensaje en clave, que según interpretó Jorge quería decir “faltan cinco minutos”. Otra vez el CDM en pleno y la policía desalojando la zona, a voces, todo el mundo corriendo, hasta alejarse por lo menos un par de kilómetros de allí. Desde donde estaban se veía perfectamente lo que estaba ocurriendo: el avión subía, se dejaba caer en picado, un hombre saltó de su interior en paracaídas y pocos instantes después el avión se estrelló contra una de las casas. Lo de después no se sabe cómo ocurrió, pero cuando el avión hizo impacto contra la casa una explosión sacudió a la urbanización que todavía estaba por inaugurar. Todo el mundo lanzaba gritos de pánico, los “ay Dios mío” uno detrás del otro. La policía miraba todo aquello como si fuera el segundo 11S, ataques con aviones. Allí ya no había una urbanización, sino un agujero enorme producido por aquella explosión terrible.

El inspector McHanon miraba aquello incrédulo, como pensando: “Esto no ha podido pasar, estoy soñando”. El CDM miraba también con caras de besugo el acontecimiento. Por suerte, el avión era un avión de combate y no había nadie dentro, excepto el piloto, y éste había saltado en paracaídas.

En la catacumba perdida, por otro lado, ya sabemos que los secuestrados habían conseguido burlar a los guardias y ya estaban intentando encontrar una salida. Palacios encontró un mensaje, sin clave, afortunadamente, escrito en la pared.

—Menuda chorrada— dijo, despectivamente. El escrito decía lo siguiente: “Aquel que entrare en la catacumba sin previo consentimiento de El Gran Jefe Cartaginés recibirá la maldición sobre él y todos sus familiares cercanos”.

—Esto es del siglo de Pericles, por lo menos— se rió Diego.

—Menuda tontería, es ridículo, el Gran Jefe Cartaginés. Si, claro, ése fue Aníbal, ¿no, Palacios?— preguntó Javi.

—En efecto, en efecto— respondió Palacios.

No sospechaban que en cada esquina, en cada recodo, en cada metro del túnel, unas cámaras les espiaban. Tras dar vueltas y vueltas, consiguieron salir. Mientras tanto, en cierto lugar de Cartagena...

—¡Ese club de la porra! Es imposible terminar con ellos. Siempre acudiendo al inspector de marras— un hombre, muy enfadado, se dirigía al suplente de física que, sentado en un ordenador, manipulaba las cámaras de la catacumba.

—Tranquilo, jefe, tranquilo. Voy a intentar conseguir las fichas de toda la gente censada en Cartagena. Encontraré a esos cerdos que han entrado en la catacumba— entró en Internet el suplente de Física, buscó la página de los censos de Cartagena y cuando la hubo encontrado, una señal lo interrumpió. Se oyó una voz.

—¡Bravo, lo conseguimos!— y el suplente de Física vio cómo en la misma pantalla de su ordenador aparecían las figuras de Palacios y Javi.

—Buenas tardes, gran jefe samurái— se burló Javi.


9.

Lo que se perdió en la catacumba perdida.

―¿Quién es ese imbécil? ―exclamó el Gran Jefe Cartaginés.

―Soy tu peor pesadilla― replicó Javi, en un susurro, con un tono amenazante. Asqueado, el Gran Jefe Cartaginés apagó el ordenador en el acto. Dirigiéndose al suplente de Física y Química, le dijo que encontrara como fuera las informaciones acerca de todos los miembros del CDM.

―Y una vez que lo encuentres― dijo, lentamente, el Gran Jefe Cartaginés―, acabaremos con ese club de desgraciados, empezando por Gómez.

En cinco minutos tuvieron fotos de todos los miembros del CDM. Las fotos fueron numeradas por orden alfabético.

―Acabaremos con todos antes del Segundo Gran BOUM.

―¿Dónde será eso?

―Volaremos absolutamente toda la flota del puerto de Cartagena, pero será por la noche, a las cuatro de la madrugada. Ahora que me acuerdo, ¿está segura esa reliquia de tiempos de los romanos esa espada magnífica valorada en un millón y medio de euros?

―Dentro de la catacumba todo está a salvo―sentenció el segundo del Gran Jefe Cartaginés.

Mientras tanto Dani Robles, Jorge Ferreiro, Raúl Guzmán y Pedro Rubio habían entrado en la catacumba para investigar un poco cómo era todo aquello.

―Si grabamos un reportaje sobre las catacumbas romanas seguro que el hermano Carlos nos pone un diez en Historia― dijo Dani, alumbrando con una linterna el camino.

―Esto es un laberinto―dijo Jorge―. Nos vamos a perder. Vamos fuera, cogemos algo de tiza y vamos marcando el camino.

Así hicieron. Pero alguien les había seguido. Y cuando vio las marcas hechas con tiza, se apresuró a borrarlas sin dejar rastro. Continuó borrando todos los trazos de tiza que se iba encontrando marcas conforme avanzaba. A continuación, cuando consideró oportuno, volvió sobre sus pasos sin vacilar y salió del túnel. Cuando el grupo de Dani fue a salir siguiendo los trazos de tiza dibujados en el suelo se quedaron sorprendidos al ver que no había nada.

―Lo han borrado―dijo Raúl.

―Qué bonito―dijo Dani―. Ahora estamos aquí encerados, en una cueva que echa peste por la humedad y donde no sabemos encontrar la salida por ninguna parte. Pero esto en algún sitio tiene que terminar, digo yo, tiene que haber otra salida, de emergencia llamada en los tiempos de los romanos, para que cuando los cristianos eran descubiertos aquí pudieran huir. ¿Me explico?

―Seguimos adelante―sentenció Jorge, y siguió andando. Llegaron a una bifurcación del camino y cogieron el que seguía a la derecha. El camino torció a la izquierda, a través de un angosto y oscuro pasillo, iluminado únicamente con las linternas de los chicos. Al fin, al fondo pudieron ver en la oscuridad dos siluetas guardando algo que había tras una puerta. Sin duda el Gran Jefe Cartaginés no se fiaba del CDM y había puesto vigilancia a algo que había allí detrás. El grupo volvió atrás rápidamente y se escondió tras un recoveco.

―¿Nos habrán visto? ―preguntó Pedro.

―¡Calla, hombre! ―murmuró Dani―. No hables o nos oirán.

―No creo que nos hayan visto―dijo Jorge en un susurro―. Si vigilan es que nos tienen miedo.

―Mirad, vamos allí a toda leche, los embestimos a los dos y después rompemos la puerta― dijo Pedro.

―Desde luego, hijo… ahora ya sé por qué Javi siempre dice que eres un pedazo de burro―dijo Dani―. Tiene que haber una forma mejor de entrar ahí.

Mientras intentaban buscar una forma de traspasar aquella puerta por la que posiblemente había algo escondido o una salida, vaya usted a saber, el hombre que había entrado unos minutos antes a borrar las marcas de tiza entró en la catacumba acompañado del Gran Jefe Cartaginés. Allá delante, los chicos continuaban pensativos.

―Pues sólo se me ocurre meterles a esos dos zambombazos en la boca y…―seguía diciendo Pedro, intentando pensar un plan mejor, pero sin éxito.

Cuando Dani parecía a punto de decir algo, oyeron una voz a sus espaldas:

―Buenas tardes, club de idiotas.

―Creo que nos han pescado―dijo Dani, con tono irónico.

Dani, Jorge, Raúl y Pedro fueron encerrados tras la puerta que vigilaban dos de los hombres. Cuando estuvieron encerrados allí, el Gran Jefe Cartaginés les habló.

―Bien, ahora que estáis aquí, ya no podéis ni siquiera buscar la salida, cuya ubicación paree que ignoráis. Y como os voy a quitar vuestros teléfonos móviles o comunicadores o lo que os sirva para hablar con el mundo exterior, no podréis contar al resto de cretinos dónde estáis ni la amenaza que se cierne sobre sus cabezas.

Caminó describiendo círculos alrededor de los cuatro amigos del CDM. Continuó hablando.

―Sé perfectamente que los secuestrados de antes han escapado. Sé que habéis conseguido descifrar nuestros códigos. Sé que visteis el Gran Boum en directo. Pero os lo diré bien claro: voy a deshacerme de todos los demás. Los iré trayendo uno tras otro a esta habitación. Y cuando estéis todos aquí será el Segundo Gran Boum. El puerto saltará por los aires. Tú ―señaló a Dani, que pegó un salto―. Di un número del uno al veinte.

―Pues… el trece, que trae buena suerte―dijo Dani.

―Sí, ya―dijo el Gran Jefe Cartaginés―. Trae la foto trece, Vicente.

El suplente de física apareció con una foto en la mano.

―Nuestro querido amigo Pedro García – Prefasi―dijo Vicente.

―Bien―siguió su jefe―, a vosotros os voy a decir una cosita. Ya que no volveréis a ver la luz del día, quiero que sepáis lo que desapareció del Museo Arqueológico hace un par de años y está aquí oculto desde entonces― se dirigió a la pared y apretó un botón. Una cavidad quedó al descubierto. Tenía unos dos metros de profundidad y medio metro de ancho, aproximadamente. Metió la mano en el agujero y sacó una espada enorme―. Esta espada perteneció a los romanos cuando conquistaron Cartago. Está valorada en un millón y medio de euros.

―Qué poco. Os han timado―se rió Dani.

―¡Cállate, imbécil! ―bramó el tipo, apuntándole con la punta de la espada a la garganta―. Algún extraño movimiento y yo personalmente os hago un ombligo nuevo. ¿Está claro?

La respuesta fue un silencio sepulcral que retumbó en la sala.

―Dentro de muy poco, vuestro amiguito Pedro García – Prefasi estará haciéndoos compañía. Él elegirá a la siguiente víctima.

Una vez dicho esto, el tipo cerró la puerta tras irse de allí, dejando a todos encerrados.

En algún lugar de Cartagena Javi se reunía con dos de sus jefes de operaciones, Palacios y Lucas, además de Juan Salas, perteneciente al grupo de Palacios. Nos situamos en el museo arqueológico de la ciudad. En ese museo podían observarse los restos de un cementerio romano y objetos de la época. Faltaba una espada. El encargado de la sección les dijo que había sido robada hacía algún tiempo. También le dijo que había oído hablar algo de una catacumba, pero no sabía dónde podía estar. Les enseñó todos los objetos del museo. Pero aquello no fue de gran ayuda.

―¿Cuánto tiempo ha dicho que hace que desapareció la espada? ―preguntó Juan Salas.

―Unos dos años―respondió el hombre aquel.

―La recuperaremos―dijo Palacios―. Seguro que la robó el imbécil ese del profesor suplente y la escondió en la catacumba.

―Vale, organicemos una búsqueda de esa espada. Vamos―dijo Lucas―. Palacios, vas con Juan; yo voy con Javi.

―De acuerdo, esa American Organization de Lucas siempre da resultado― apuntó Juan.

Mientras tanto, Prefasi iba tranquilamente de camino a su casa, después de una dura tarde de entrenamiento en salto con pértiga. Cuando llegó a su casa y subió, fue directamente a la cocina a tomar un bocado. Oyó voces en su habitación.

―Esto no es seguro. Si nos pescan los padres…

―Los matamos y punto. Usa tu sentido común y tu arma.

Prefasi se quedó atónito. Dos psicópatas querían liquidarlos a todos. Escuchó atentamente. Oyó cómo se escondían en el pasillo principal, dentro de un armario empotrado.

―¿Y por dónde salgo yo ahora? ―se preguntaba Prefasi. Optó por esconderse bajo la cama de su habitación. Parecía que aquellos dos tipos no se habían enterado de que Prefasi había llegado.

Volvamos con Lucas y Javi. Éstos habían buscado un plano sobre las catacumbas de Cartago en el Siglo II.

―Vale, entonces si esto es Cartagena, el colegio queda por aquí― decía Lucas señalando un punto sobre el mapa. Ese punto era donde en la actualidad se situaba el colegio y ahí se debía encontrar la catacumba. En efecto, algo había allí. Un sinuoso camino partía de la localización de Maristas y se perdía en la distancia. Javi buscó un plano de Cartagena en la actualidad y Lucas calcó la catacumba del otro plano en papel transparente. Superpusieron los planos.

―La catacumba termina exactamente bajo el conservatorio de música― dijo Lucas, sorprendido.

―Vaya por Dios―dijo Javi―. He estado encima de esa catacumba cientos de veces sin saberlo. Lo que son las cosas…

―Esto quiere decir que esa espada está entre el conservatorio y Maristas.

―Vale, pero ese es el camino que tú has seguido, Lucas… pero no tiene por qué. Porque ahora mismo me vas a contar qué cojones pasa con las bifurcaciones, los cruces, las salas amplias, las cuevas, los pasillos estrechos, los… ―se lanzó Javi.

―¡Vale! ―exclamó Lucas―. Voy a calcarlo entero, lo superpongo encima del plano de Cartagena, lo pego en él, quiero decir, y hago copias y las reparto a todos.

―Por fin alguien con un poco de cerebro en este santo club―dijo Javi, mirando al cielo―. ¡Por fin!


10.

Raptos y mensajes nuevos.

Prefasi estaba desesperado. Salió de debajo de la cama y se puso a cavilar.

Estos dos tíos están en el armario del corredor. O intento salir sin hacer ruido para que no adviertan que estoy aquí y les encierro dentro con llave, o bien puedo hacer la típica operación de toda la vida, operación relámpago y sálvese quien pueda. Qué coño, yo me largo de aquí. Cómo está el mundo, mira que tener que salir huyendo de mi propia casa…

Prefasi salió corriendo, pero antes de que hubiera cerrado la puerta principal los dos tipos ya se habían dado cuenta de quién estaba allí.

―¡Es él!

―¡Cógele!

―Prefasi corrió escaleras abajo. Los otros dos le persiguieron. Prefasi se escondió tras un descansillo y los dos tipos pasaron de largo. Al verlos, Prefasi subió a su casa. Pero una sorpresa le aguardaba allí…

―Jaque mate― fue lo último que Prefasi escuchó antes de caerse al suelo por el efecto de un golpe en la cabeza. Era el Gran Jefe Cartaginés. Dejó en la casa un papel con un mensaje:

lo lamEnto, su hijo no vendrá a cenar eSta noche. ha sido raPtado. no diga nAda a la policía o se las verá conmigo. atentamente, un cordial sAludo del gran jefe cartaginés. posdata: dar este mensaje al cdm.

Cuando los padres de Prefasi se enteraron de los hechos, no llamaron a la policía por miedo. Los que sí se enteraron bien fueron Dani, Jorge, Raúl y Pedro, que ya habían visto que el Gran Jefe Cartaginés había cumplido su amenaza y allí estaba Prefasi, que despertaba de su sopor. Una vez que estuvo consciente, el tipo aquel le dijo:

―Di un número del uno al veinte excepto el trece.

―Qué gracia, iba a decir el trece.

―No puedes decir el trece.

―Sí que puedo. El trece.

El Gran Jefe Cartaginés sacó la espada y apuntó a Prefasi con ella.

―Vuelve a decir el trece y te corto una oreja.

―El doce más uno―se burló Prefasi.

―¿Y cuánto es eso?

―Lo mismo que catorce menos dos.

―¡Eso es doce, idiota!

―¡Ya lo sé! Pero me da lo mismo.

―Bueno, chico, ya veo que te estás poniendo gallito…

―El único gallito que hay es el pollo. Secuéstralo a él. Si no sabes su nombre, es David Fernández. Pero no lo metas aquí. Por cierto, una espada muy chula. El museo te da una recompensa muy gorda por ella. Si la llevas eres millonario…

―¡Cállate, imbécil! ―bramó el Gran Jefe―. Vicente, trae la foto del Pollo… digo, de David Fernández.

Vicente trajo la foto de David y la de Prefasi. Ésta fue hecha pedazos. Minutos después, David estaba allí, secuestrado. Mismo proceso: le obligaron a elegir un número. El uno fue el elegido.

―Foto 1. Alejandro Abad.

Éste estaba en su casa jugando a uno de esos juegos de moda para Internet. Pero el juego fue interceptado y en la pantalla apareció la cara del Gran Jefe Cartaginés.

―Muere―dijo, lentamente.

―Vete a la mierda― le contestó Alejandro, despectivamente. Desconectó el ordenador. Fue a la cocina. Pero ya no volvió a su habitación. Dos tipos le esperaban tras la puerta. Cuando los padres de Alejandro volvieron a casa, vieron el mensaje:

lo lamento, su hijo no vendrá a Cenar estA noche. ha sido rapTtado. no digA nada a la poliCía o se las verá conmigo. atentamente, un cordial salUdo del gran jefe cartaginés. posdata: dar este mensaje al cdM. pase un Buen díA.

El club estaba en aquellos momentos en el nuevo parque de seguridad de Cartagena, en las afueras de la ciudad. Lucas ya había recibido los dos mensajes y había llamado a Pally. Javi también estaba con él. Pally aún no había llegado, pero Lucas y Javi ya estaban revisando los mensajes.

―O quiere decirnos algo o no tiene ni puñetera idea de escribir― dijo Lucas, mirando el papel con cara de pasmado―. Es que es lo más básico en la vida, saber escribir.

―Han secuestrado a tres compañeros. A todo tu grupo, Lucas―dijo Javi―. A todo el grupo del que eres jefe de operaciones excepto a Pally. Bueno, Alejandro no pertenece al CDM y David tampoco… y Dani es el vicepresidente, pero bueno, no viene al caso. Tenemos que agarrar a ese hijo de…

―Buenaaaaaaas― Pally entró por la puerta.

―Hombre, míster Pablo―dijo Lucas.

―Calla, hombre. ¿Hay algo nuevo?

―No, de momento no―dijo Javi.

―Es que poner letras en mayúscula sin ton ni son es una auténtica falta de cultura, es inconcebible, increíble, es que esto no meeee interesa― dijo Lucas, remarcando esto último con un tono de voz que rayaba la idiotez.

―Lucas…―dijo Javi.

―¿Qué?

―¿Por qué no dejas de hacer el capullo, anormal del campo? ¡Que siempre estás igual, coño!

―Vale, vale, no hace falta que grites…

Alejandro Abad se encontraba en la cueva. El Gran Jefe Cartaginés le exigió decir un número del dos al veinte excepto los ya dichos.

―Pues el quince.

Vicente trajo la foto uno, que fue hecha trizas. Le entregó la foto quince a su jefe. Éste la observó con cara de satisfacción.

―Javier Gómez, te toca.




11.

Los hombres que esperaban bajo la escalera.

Javi estaba con Lucas; habían salido en dirección al Conservatorio tras recibir aquellas misivas. Encontrar la entrada del conservatorio era lo prioritario. Quizá pudieran entrar y liberar a sus compañeros. No encontraron nada en el conservatorio.

Por su parte, los secuestradores no sabían en ese momento dónde estaba Javi. Lo que sabían era que no vivía en Cartagena. Así que aquellos dos tipos entraron en el colegio, cogieron las llaves de 4º D y entraron a la clase. Buscaron por el aula las fichas de los controles de asistencia. Allí estaba el de Javi, con todos sus datos escritos… y también su domicilio. Ninguna falta, ningún retraso, vaya, un chico aplicado, pensaban. Se dirigieron a La Unión, el pueblo de Javi, y a su casa. Cuando llegaron, se encontraron a Felipe, el Pelopunk, en la puerta. Pero este tío no es el de la foto, pensaron. Felipe llamaba insistentemente al timbre de Javi, pero nadie contestaba. Los dos tipos le preguntaron si conocía al de la foto.

―¿Que si lo he visto? ¡Cuando lo vea muere! Seguro que él fue el que mandó estrellarse aquel avión contra mi casa mandando a la mierda toda la urbanización residencial aún sin estrenar! ¡Esa casa nos costó cien mil euros! ¡Lo mato, lo mato y lo mato!

―Pero ésta es su casa… ―dijo uno de los tipos.

―Sí, claro.

―Vamos, Antonio. Entremos― los tipos forzaron la puerta y entraron. Se escondieron bajo la escalera. Felipe les siguió.

―¿Cómo te llamas, chico? ―preeguntó uno de los tipos.

―Felipe.

―Nosotros somos Antonio y Paco, y tenemos que secuestrar al de esta foto― dijo uno de ellos enseñando la foto a Felipe.

―Ese… ¡ése es él, ese gusano!

Pero Javi no regresó hasta tarde. Y cuando lo hizo, iba acompañado de su buen amigo José Antonio Díaz, compañero de la clase de karate.

―Un desastre, Javi, un desastre.

―¿Desastre? ¿Qué cojones quieres? Hay que llevar años para adquirir práctica. Tú llevas seis y yo, poco más de medio, así que calladito― Javi abrió la puerta del portal de su casa y entró. Los dos tipos y Felipe se echaron encima de Javi y de José Antonio. Pero Javi se apartó rápidamente y José Antonio recibió a uno de ellos con un puñetazo en la nariz. Felipe se encaró con Javi.

―Ahora me vas a decir por qué lanzaste ese avión contra mi nueva casa.

―¿Yo? Si fueron ellos―dijo Javi, señalando a los dos tipos.

―¿Esos que están recibiendo torta tras torta de tu amigo?

―Los mismos. El Gran Boum, lo llamaban―dijo Javi.

―No te creo―dijo Felipe―. ¿Si no fuiste tú, quién fue?

―Fueron ellos, si te lo quieres creer, bien, y si no, me da igual…

Felipe lanzó un puño contra Javi, pero éste se anticipó y le dio una patada en esa parte innombrable del cuerpo. José Antonio, por su parte, vapuleó a los dos tipos, que se fueron.

―Gómez, ¡estás en la lista y ya sabes que te cogeremos!

―¿Sabéis lo que os digo? ―preguntó Javi.

―¿Qué nos dices?

―¡Que os vayáis a tomar por saco de esta casa! ¡Palurdos! ―bramó Javi.

―Oh, mierda. El Gran Jefe Cartaginés nos matará― dijo uno de ellos.

―No si le ocultamos lo que ha pasado― dijo el otro―. Larguémonos de aquí― se fueron, dejando a Felipe, dolorido, en el suelo.

―Te he pillado por sorpresa, ¿eh? No te lo esperabas, ¿verdad?—se burló Javi. Felipe se levantaba a duras penas.

―Te digo… una cosa… desgracia huma… humana… el CFT que yo… que yo dirijo te va… te va a dar un… un ulti… ultimátuma… ―y se cayó al suelo otra vez. Javi lo miró, se encogió de hombros, se despidió se José Antonio y entró en su casa, meneando la cabeza.

Al día siguiente, al salir de su casa a las siete de la mañana para coger el autobús de Cartagena, los dos tipos se acercaron por la espalda. Javi se percató de que alguien había justo detrás de él. Dejó caer la mochila al suelo, lanzó un pie hacia atrás y alcanzó en el pecho a uno de los dos tipos. Cayó hacia atrás, dando con los huesos en el suelo. El otro sacó una pistola y le apuntó.

―Bien, ¿ahora qué vas a hacer? ¿Llamar a tu amigo el bestiajo ese?

―Mi amigo, el bestiaje ese, estará durmiendo aún porque no tiene que irse a Cartagena. Yo, en cambio, sí tengo que irme, y necesito tomar ese autobús, así que para no llegar tarde lo mejor que puedes hacer es venirte conmigo a Cartagena, entrar en el colegio y secuestrarme allí. Además, como la entrada a la cueva de los cojones está al lado no tendréis que aguantarme demasiado rato…― y llegado a este punto lanzó un pie contra la mano que sostenía la pistola, que salió volando; acto seguido se agachó dando la espalda al tipo, estiró una pierna y le alcanzó con el talón en su tibia; el tipo cayó al suelo. Javi desenfundó su pistola y fue a apuntar, pero el tipo ya se había apartado. Volvió a apuntar y esta vez sí que acertó. A uno y a otro.

―Válgame Dios, qué gentuza hay en el mundo. No sé dónde vamos a ir a parar…

Mientras tanto, en Cartagena, había sido elegida una víctima más del CDM. Foto número cuatro: Palacios. En la puerta de su casa le esperaba, como cada mañana, Juan Salas. Lo que no vio éste fue un escuadrón de cuatro tipos gordos, malencarados, que estaban escondidos en el portal, bajo las escaleras. Por fin, a las siete y media, Palacios bajó.

―¿Cómo llevas lo de la espada? ―preguntó Juan.

―Entre la espada y la pared― respondió Palacios, haciendo un juego de palabras―. Cuando encontremos dónde termina la catacumba podremos hacer una pequeña excavación y liberar a todo el mundo.

En ese momento los cuatro gordos se acercaron por detrás, saliendo del portal.

―Del Palacio y Salas―dijeron.

―Hombre, los inspectores de Hacienda―saludó Juan―. Lo siento, no tengo ni un duro.

―Oh, Juan, ya no es un duro, ahora son tres céntimos―corrigió Palacios, para distraer la atención de los gordos.

―Oh, sí, Palacios, es cierto, no me acordé. ¡Añoro la peseta!

―Añorarás tu vida como no te calles―dijo el gordo más alto, que medía 1’76, ante el 1’81 de Juan y el 1’94 de Palacios.

―Vamos al colegio que no quiero llegar tarde a la clase de don Felipe ―dijo Juan sin hacer caso de los gordos.

Pero ellos se lanzaron contra los chicos del CDM. Juan se revolvió dando patadas en todas direcciones; en cuanto Palacios, iba a tortazo limpio. Mientras paraba un golpe, daba un puñetazo al de enfrente y una patada al que había a la derecha. Finalmente, los cuatro tipejos quedaron tumbados en la acera. Fueron el espectáculo callejero durante la media hora siguiente.

Ante todo lo que había pasado, el Gran Jefe Cartaginés se propuso lanzar el Segundo Gran Boum aquella misma tarde, en el puerto. Y secuestró por medio de un ataque total a Pally, a David García y a otros tres alumnos más de 4º D.

―En esta pantalla de televisión podréis seguir en directo el segundo gran Boum―dijo―. Por supuesto, un chivatazo anónimo mandado por mí personalmente ha sido recogido por el club. Cuando estén allí esta tarde todos quedarán mudos del asombro. ¡Y sabrán de una maldita vez que conmigo no se juega! ―bramó, y se largó de allí dando un portazo.

Unos minutos después Dani y Jorge sacaron la espada de su sitio.

―Estoy harto―declaró Dani―. Llevamos cuatro días metidos aquí. Y la comida echa peste. Así que voy a abrir los cerrojos con la espada― blandió la gigantesca espada contra la cerradura de la puerta, partiéndola por la mitad.

―Tiene siglos, pero está muy bien afilada―observó Jorge―. Rompe el candado ese de ahí.

Dani blandió la espada de nuevo y la puerta se abrió. Prefasi recogió los teléfonos móviles. Estaban fuera, en el pasillo, en un hueco en la pared que hacía las veces de estantería.

―Hay que avisar a Lucas y a Javi de lo del Gran Boum―dijo Prefasi―. Hay que detener a ese loco como sea.

―Bien, vámonos de aquí―dijo Dani.

12.

El chivatazo anónimo.

―¿No deberías llevarte la espada? ―inquirió Jorge.

―Primero llamamos a Javi y a Lucas―respondió Dani.

Javi y Lucas estaban de nuevo en el parque de seguridad. Les acompañaban Pally y Pedro, y trataban de sacar algo de los mensajes…

―Son los mismos―dijo Javi―. Sólo un cambio en el segundo. ¿No hay más mensajes?

―No―respondió Pally.

―No sabemos qué querrán decir estas letras en mayúscula―intervino Pedro―. O el tío escribe de pena o nos quiere decir algo.

―Escribe las letras mayúsculas―dijo Lucas.

―¿Para qué? ―preguntó Pally.

―Tú escríbelas, hazme caso―ordenó Lucas.

En la catacumba, el móvil de Dani no tenía cobertura. Todos estaban igual, o fuera de línea, o simplemente rotos o sin batería. Dani cogió la espada y salieron todos de su encierro para pasar al laberinto de túneles. Dani conectó su móvil e intentó llamar una vez más. Esta vez hubo suerte. Una tenue raya de cobertura: el móvil daba señal, aunque parecía que la iba a perder de un momento a otro.

―Javi―contestó una voz al otro lado.

―¡Por fin! Dani. Hemos conseguido salir de aquí. Estamos dentro de la catacumba. ¿Podéis hacer algo para echarnos un cable?

―Lucas y yo conseguimos hace unos días el plano de las catacumbas romanas en Cartagena. Esa en la que estáis tiene dos salidas: la conocida del anfiteatro del colegio y otra en el conservatorio. ¿En qué punto estáis?

―Pues es un pasadizo sin salida, al lado de la mazmorra…―dijo Jorge.

Pally terminó de copiar las letras mayúsculas en ese momento. Lucas hizo una señal a Javi para que se diera prisa en indicarles el camino cuando vio lo que había escrito Pally.

―Localizo el pasadizo… ―Javi se situó, pidió a sus amigos que le dijeran el camino que habían seguido desde que entraron. Raúl fue explicándolo y mientras, Javi lo iba marcando con un lápiz en el plano.

―Bien, eso es un pasadizo sin salida. Pues lo que tenéis que hacer es salir de él, avanzad hasta la primera bifurcación, id dos veces a la derecha, dos a la izquierda, dos a la izquierda, una a la derecha, otra a la izquierda y otra al centro, ¿está claro o lo repito?

―Derecha, derecha, izquierda, izquierda, derecha, izquierda, al centro y salimos fuera de este sitio que echa peste―repitió Dani―. Es fácil.

―Bien, yo cuelgo porque Lucas me está haciendo señales para que vea no se qué. Ya voy, tío pesado. Hasta luego, Dani― Javi colgó―. ¿Son las letras?

―Fíjate, jefe―dijo Lucas, sentado delante del ordenador―. Dice dónde está la espada perdida de la que tanto hemos hablado últimamente. Y nosotros buscando e indagando por el museo…

―¿Qué pone? ―preguntó Javi, impaciente.

―Mira las mayúsculas del mensaje: ESPADA CATACUMBA. Cutre, ¿verdad?

―¿Qué pasa en el ordenador? ―Pedro se fijó en el mensajito que apareció en la ventana del correo electrónico: un mensaje nuevo. Lucas lo abrió.

―No sabéis quién soy―leyó―, pero tengo algo que os interesará. Va a haber una tremenda explosión esta tarde en el puerto. Llamad a la policía y a la guardia civil, también a los bomberos, y que no falte la debida representación de vuestro club. Éste es el segundo gran boum, es aún peor que el primero.

En ese momento sonó el móvil de Javi. Éste lo cogió.

―Javi.

―¿Se puede saber dónde nos has enviado? ―se oyó a un indignado Dani al otro lado.

―Me situé en el pasadizo y os he sacado por el conservatorio. ¿Dónde estáis?

―¡Estamos en una clase! La profesora se ha creído que se volvía loca! ¿Pero tú estás bien de la chaveta? ¿No había otra salida o qué? ¡Mira que enviarnos aquí…!

―Claro que había otra salida, Dani, pero como entenderás…

―¡Pues habernos mandado a esa otra salida, hombre! ¡La del anfiteatro!

―Ya, claro, la del anfiteatro, que no está apenas vigilada― dijo Javi, irónico―, y a la tercera salida también os podía haber enviado, ¿sabes?

―¿Tercera salida? ¿Había una tercera?

―Claro, Dani, claro que había una tercera…

―¿Dónde estaba?

―¿Seguro que quiere saberlo?

―Sí, ¡claro que sí!

―¿Quieres, de verdad, saber dónde estaba la tercera salida de la catacumba perdida, Dani?

―¡Sí! Así que ya la estás diciendo.

―Pues, Dani, la tercera salida estaba en mis cojones―dijo Javi, enfadado―, en mis santos cojones― Dani puso cara de besugo y Javi siguió hablando―. Da gracias a que estáis fuera, tontarras, ¡da gracias a que os he indicado un camino para salir, coño! ¿En qué clase del conservatorio estás metido?

―¡Vale, vale, pero no te enfades! ―dijo Dani, entre molesto y turbado por la bronca―. A ver, hemos interrumpido una clase sobre…― se detuvo, le preguntó algo a la profesora y se volvió a poner al teléfono―. ¡Hemos interrumpido una clase de lenguaje musical sobre los índices acústicos en el sistema franco – belga! Oye, ¿eso qué es?

―La forma de numerar las escalas, Dani. En ese sistema que tú dices, el do central del piano se numera como do – 3―dijo Javi, cansinamente―. Lo que no sé es qué cojones hago yo explicándote música a ti…

La profesora le quitó el móvil a Dani, harta del numerito.

―¿Qué significa esto, Javi?

―Ah, profesora, pues bueno, es que esos que han aparecido ahí fueron secuestrados por un tipo que robó la espada romana del museo, y bueno, la espada, según me han contado estaba en una catacumba perdida por esos mundos de Dios llenos de violencia, ¿sabe usted? Y claro, tras sufrir varios incidentes les he llevado a la salida del túnel, y eso es lo que estoy intentando averiguar, por dónde narices han entrado ahí esos…― Javi había empezado a hablar en tono más bien suave para dirigirse a la profesora pero luego el tono había subido y había lanzado una indirecta a Dani.

―¿En qué aula estás, Dani? ―preguntó Lucas, desesperado―. ¡Hemos recibido un correo electrónico que nos indica la ubicación de un segundo gran boum!

―Estamos en el aula siete―dijo Dani―. En cuanto a lo del mensaje, ¡no os fiéis! ¡Voy para allá y os cuento de qué va el correo electrónico!


13.

La Isla.

―Por favor― pidió la profesora de lenguaje musical―, ya sé que este asunto es muy interesante y todo eso, pero yo tengo que seguir con mi clase. Por lo menos ya sé que la espada esa ha sido recuperada― le arrebató el móvil a Dani―. Javi, te recuerdo que el examen es la próxima semana.

―Ya, ya… claro, sacaré un diez―dijo Javi, y murmuró―: si puedo…

Dani salió del aula siete seguido de todo el grupo, gruñendo.

―Mira que salir justamente en el aula de la profesora de lenguaje musical de Javi ya es mala pata…

―¡Dani! ―gritó Javi al otro lado de la línea telefónica―. ¿Dónde es el segundo gran boum?

―¡Ah, sí, es cierto! Nos vemos esta tarde a las cuatro y media. Tenemos que vernos absolutamente todos en el puerto. ¡Con carácter de urgencia!

―Bien, Dani― Javi colgó―. Bien, señores…― se dirigió a Lucas, Pally y Pedro―. Hay que avisar al resto de la gente. Empezad a llamar a todos los almirantes, capitanes, generales y demás historias, avisad a la guardia civil, a la policía portuaria y hasta a los vigilantes de la playa. Hay que desalojar el puerto completamente, ¿entendido?

―Bien― Lucas agarró el teléfono y empezó a hacer llamadas.

Todos se dirigieron a sus puestos. Se avisó a todos los miembros del CDM. Quedaba apenas una hora y media para las cuatro y media de la tarde y a esa hora no debería quedar ningún barco en el puerto. Y las llamadas del CDM fueron tomadas muy en serio debido al primer gran boum. A la hora convenida ningún barco quedaba en el puerto. Todo estaba vacío. Todas las fuerzas de seguridad, también. Y en otro lugar cercano, en una isleta que había cerca, el CDM observaba todo lo que estaba a punto de suceder en menos de media hora.

―No veo nada― gruñó Dolón, mirando al cielo.

―Pues ponte gafas― le dijo Pedro Rubio.

―¿Os queréis callar? ―preguntó Prefasi, molesto.

Al otro lado de la isleta, Jorge, Dani, Raúl y Javi habían encontrado un edificio bastante nuevo… y muy sospechoso.

―Esto no estaba aquí antes― dijo Jorge―. Lo sé porque vine a pasar un día a esta isla y nos pusimos justamente ahí.

―Eso quiere decir que de ahí va a salir toda la flota o toda la aviación o lo que narices sea hasta el puerto para empezar a lanzar esos explosivos made in Taiwán― decía Raúl.

―Vamos dentro― dijo Jorge, adelantándose.

―Somos muy pocos―le paró Javi―. Yo llamaría a Lucas y a Palacios.

―No ―contradijo Raúl―. A Prefasi y a Palacios.

―A Prefasi y a Lucas― terció Dani―. Los más tontos…

―¿Y por qué no llamamos a todos? ―inquirió Raúl.

―¿Y por qué no llamamos a vuestro padre en calzoncillos, anormales? ―preguntó Javi, empezando a perder la paciencia―. ¡La Virgen, para llamar a dos personas y no nos ponemos de acuerdo, coño!

―Que vengan Palacios y Pedro―dijo Raúl, y justificó su idea―. Palacios es el más alto y Pedro el más pavo, no pueden fallar.

―¿Que no? El Perico es un desastre, siempre jode los operativos más sencillos―dijo Javi.

―¿Y por qué no entráis vosotros cuatro y ya está? ―preguntó una voz.

―¡Eso! ―exclamó Raúl―. ¡Vamos nosotros so…! ¿Quién ha dicho eso?

Entonces apareció en escena el Gran Jefe Cartaginés y todos sus compañeros.

―Esta vez no escapáis. No me gusta que mis prisioneros escapen y por eso os voy a borrar del mapa.

―Qué gracioso―dijo Javi.

―Pedona― le interrumpió Raúl, que llevaba su mano al costado, donde tenía enfundada su pistola de dardos. Raúl era un excelente tirador y lo había demostrado en las pruebas de aptitud del CDM―. ¿Vas a cortar el rollo? Es que hoy se juegan las semifinales de la copa, ¿sabes? Y juega mi equipo contra esos que nos ganaron hace un año.

―Lástima que no vayas a poder verlo― dijo el Gran Jefe Cartaginés, con un gran pesar, más falso que él mismo.

―Y dime― intervino Javi―, ¿dónde has construido ese PALACIOOOO? ―bramó―. Seguro que servía para fundir campanas, ya sabes, ¡DOLÓN, DOLÓN! ―gritó, enfatizando lo último―. O, por qué no, quizá es una casa con muchas ¡SALAAAAAAS!, o quizá viva en él un profesor de lengua aficionado a las ¡PREFASIIIIIIIIIIIIIIIIIIS! verbales, ¿no?

Al otro lado de la isla, todos debieron oír las voces de Javi, y también las del Gran Jefe Cartaginés, ya que acudieron rápidamente.

―Ya es hora de que se cumpla la maldición de la catacumba perdida― dijo el Gran Jefe Cartaginés―. Quien aquí entrare, recibirá como castigo la desdicha para el resto de sus días. Creo que todos vosotros habéis pisado sus pasillos. Así que… ―se dirigió a sus hombres―. ¡Liquidadles a todos!

―Un momento, ¡¡un momento!! ―se adelantó Palacios, haciendo el gesto del tiempo muerto con las manos―. ¿Vosotros estáis totalmente seguros de que nos queréis pegar?

―Sí, lo ha dicho el jefe. Esta vez no nos daréis aquella paliza―dijo uno de los gordos que había intentado secuestrar a Palacios.

Éste se volvió a sus compañeros moviendo la cabeza a uno y otro lado…

―Compañeros― habló Alejandro del Palacio, director general del CDM―. Yo, personalmente yo, les he avisado. Pero como no me han hecho caso…

―¿Vamos o qué? ―preguntó Prefasi.

―¡VAMOS! ―bramó Palacios.

Y el lío del siglo se organizó. Parecía que bastaba con unos pocos del CDM para acabar con todos aquellos tipos. El Gran Jefe Cartaginés se intentó escabullir, pero Javi, Raúl, Dani y Jorge lo vieron y se lanzaron tras él.

―¡Que ese anormal de ultratumba no se escape! ―bramó Javi.

El Gran Jefe Cartaginés seguía corriendo. Los cuatro perseguidores se dividieron y fueron cada uno por un lado para intentar cortarle la retirada.

Frente al edificio seguía la pelea. Dos tipos se escabulleron al interior de la base y subieron al último piso. Prefasi le dio a un tipo un puñetazo en el hígado y lo dejó tumbado. Pally utilizaba sus lecciones de taekwondo para quitarse de en medio a cuantos le salían al paso. Palacios, con la inestimable ayuda de Juan Salas, David García, Pedreño o Víctor Valero, iba a bofetada limpia, como siempre. Lucas había visto algunas películas, quizá demasiadas, y se desenvolvía bastante bien contra dos tipos que intentaban, sin éxito, alcanzarle con puñetazos o patadas donde pudieran. Pedro y Dolón, subidos a un árbol, lanzaban toda suerte de objetos contra los hombres del Gran Jefe Cartaginés.

Mientras tanto, los dos tipos que se habían escabullido de la pelea preparaban un gran cañón para disparar contra el puerto.

La pelea continuó. Lucas señaló a la cúpula de la base, por donde veían asomar el cañón.

―¡Prefasi, sube ahora mismo y detenles! ―bramó, dirigiéndose él también hacia allí. Lucas y Prefasi entraron a la base y subieron.


En ese momento el retumbar de un cañón cortó el viento. Todos miraron hacia el último piso de la base. En el puerto, todos los agentes vieron lo que se les venía encima y se pusieron a cubierto. La bala dio en el Submarino Peral, una fuente – monumento dedicada al primer submarino. El monumento salió volando. Otra bala llegó e impactó contra un restaurante que había al borde del mar. Lucas y Prefasi detuvieron a los tipos justo después de que lanzaran la tercera bala de cañón. Prefasi eliminó a uno y Lucas al otro.

Mientras, el grupo de Dani, dirigido por Javi en esta ocasión, había cortado la retirada al Gran Jefe Cartaginés.

―¿Te rindes ya? ―preguntó Javi.

―¡No! ―gritó el Gran Jefe Cartaginés―. Os mataré a todos. De eso podéis estar seguros― y de su manga sacó un largo puñal con las letras SPQR grabadas en el mango. Quizá otra reliquia de tiempos antiguos.

―Está loco―dijo Javi―. Chalado. Más loco que su puñetero padre si es que lo tuvo.

―¡Muere! ―bramó el Gran Jefe Cartaginés, dirigiéndose hacia Javi, haciendo ademán de clavarle el cuchillo. Tres veces blandió contra Javi el Gran Jefe Cartaginés el cuchillo; tres veces Javi hizo varias esquivas, y a la cuarta le agarró del brazo, lo estiró, pasó por debajo del mismo, quedando el brazo doblado, le quitó el cuchillo, le cogió del cuello de la camisa y tiró de él hacia atrás, apartándose debidamente para que fuera a dar con sus huesos en el suelo. Raúl desenfundó y apuntó, retrocediendo unos metros. El Gran Jefe Cartaginés estaba en el suelo, con el brazo destrozado y muy dolorido. Intentó incorporarse, pero Raúl disparó certeramente un somnífero al cuello. El Gran Jefe Cartaginés quedó inconsciente.

La pelea terminaba y el CDM había ganado. Todos los miembros de la banda del Gran Jefe Cartaginés estaban tirados en el suelo, inconscientes, heridos o magullados. El CDM regresaba al puerto de Cartagena acompañado de varios agentes de policía que llevaron a los detenidos a las furgonetas para meterles entre rejas.

―Y aquí están, señor inspector―dijo Palacios.

―Ya veo que lo habéis hecho vosotros solos―le felicitó el inspector Gregory McHanon―. Sólo falta la espada.

―Ah, sí―dijo Lucas―. Está a buen recaudo en el parque de seguridad. Nuestro vicepresidente Daniel Robles la llevó allí antes de este gran pastel que se ha formado aquí esta tarde.

―Así que tú has encontrado la espada―dijo el inspector.

―Bueno, yo sólo intentaba ayudar como ciudadano honrado―empezó Dani―, sólo cumplía con mi deber… qué narices, yo la encontré.

―¡Dani…! ―decía Javi, moviendo la cabeza.

―Bueno, en fin―dijo el inspector―, debéis estar cansados. Mañana os dan las vacaciones, ¿no? Venga, id todos a vuestras casas.

―Eso, a estudiar lengua que mañana tenemos examen con Constancio― dijo Pedro Rubio.

―Oh, no, se me olvidó completamente― dijo Prefasi―. ¡Otra vez lengua!

―Otra al saco―se burló Javi.

Al día siguiente, el examen. Don Constancio vio el cansancio que todos tenían.

―Me temía esto. Desde luego― dijo―, ese tío ha echado a perder a la mejor clase que tengo este año. Sólo veo a Gómez, a Robles, a Guzmán y a Del Palacio escribiendo ininterrumpidamente…

―Profesor―dijo Pedro Rubio―, no pudimos estudiar ayer para hoy.

―Vale, perfecto. A mí me da igual. Por eso me vais a entregar todos los exámenes. Ni un monosílabo: ya. Ni una palabra: ya.

―Pero…―protestó Javi.

―Sí, sí, ya, terminad de hacerlo vosotros cuatro, anda… y al resto, tendréis el examen dos días después de las vacaciones de Semana Santa― dijo don Constancio, ante las alegrías de la clase.

Once de la mañana, hora de salida aquel último día y despedidas hasta después de las vacaciones. Una despedida que duraría sólo una semana y media, un descanso bien merecido. Una evaluación prácticamente con sólo un examen de física, porque recordemos qué había pasado. Y una evaluación en la que continuó la rutina de costumbre. El suspenso de Prefasi en matemáticas, los nueve o diez sobresalientes de Palacios, y el notable de Javi en física, que ni el mismo se lo creyó; aparte estaban los chistes baratos de don José Pedro a Prefasi, que quería ser de mayor piloto y tuvo que soportar que el titular de física le dijera aquella vez: “tú no ibas en ese patético avión que se estrelló contra la urbanización”.

Una evaluación que terminaba y otra que empezaría dos semanas más tarde, y que prometía ser, no nos cabe la menor duda, al menos igual de movida que esta última.